El Ministerio de Educación de la Nación ha decidido liderar un proceso indispensable de transformación de la Escuela Secundaria en Argentina. La Ley de Educación Nacional consensuó entre todos los argentinos la obligatoriedad de la misma para todos los adolescentes y jóvenes del país por considerar que se trata de un derecho y de una necesidad fundamental para todos ellos.
A poco de andar, la necesidad de enfrentarse con el problema del ingreso y de la permanencia de los adolescentes, especialmente los que vienen de sectores más pobres o empobrecidos, en la secundaria, ha generado un revuelo entre algunos sectores.
Se ha propuesto una cierto enfrentamiento entre lo que han llamado la escuela “exigente” vs la escuela “flexible”.
Algunas voces se han levantado para criticar una iniciativa que imaginan busca hacer una escuela “fácil” para los adolescentes, para que, de esta manera, no abandonen. Entre las facilidades que suponen está el bajar las notas necesarias para aprobar las materias, que se pueda promocionar un año con muchas materias desaprobadas, que no se tome asistencia o no se contabilicen las faltas, entre otras medidas facilitadotas.
No hay nada más difícil que defenderse de aquello que no se piensa. Quienes están impulsando este proceso y quienes lo apoyamos somos personas con años de compromiso en la búsqueda de que los y las adolescentes de nuestro país puedan estudiar, puedan aprender y puedan crecer utilizando las herramientas que permiten el conocimiento, el trabajo con otros, y la formación en valores. No estamos proponiendo una escuela-boliche. Nada más lejos de nosotros que estafar una vez más a nuestros jóvenes. Queremos que aprendan, queremos que puedan estudiar, queremos que puedan disfrutar de ir a la escuela.
Pero debemos ir un poco más allá. ¿Qué están queriendo decir los que hablan de la “escuela exigente”? ¿Cuál es en realidad su propuesta? Porque si las exigencias que se proponen van más allá de las posibilidades objetivas de los alumnos, en realidad, lo que están planteando, es una “escuela imposible” y no una “escuela exigente”. La “escuela imposible” es también la “escuela filtro”, es decir, la escuela que pone a unos de un lado y a otros, del otro. Una escuela que, en el fondo, busca “segmentar” a la sociedad. Y allí estamos ante una profunda trampa: Algunos en realidad piensan a la escuela media como el momento en el que el sistema educativo termina de diferenciar claramente a los que serán dirigentes de nuestra sociedad de los que serán ciudadanos de segunda. Y, en el fondo, es a esta exigencia a la que no se quiere renunciar.
Pedagógicamente no veo ninguna ventaja en enseñar algo de manera “difícil” si es posible que se aprenda de manera más sencilla. No veo ninguna ventaja en que una propuesta educativa sea aburrida para que los jóvenes tengan que “esforzarse” más para aprender. Es verdad que el aprendizaje requiere esfuerzos. Pero no cualquiera ni de cualquier tipo. Si un alumno tiene que leer un texto básico y no lo tiene y no lo puede conseguir, tendrá por delante un esfuerzo por hacer si quiere aprender, que en realidad no debería ejercitar, al menos de manera habitual.
La exigencia debe provenir de la necesidad de esforzarse razonablemente y no de tener que enfrentar situaciones difíciles, o hasta imposibles, generadas por la burocracia escolar, las injusticias sociales, las diferencias y hasta las intolerancias culturales.
La propuesta educativa renovadora tiene que tener en cuenta a los alumnos reales a los que se orienta. Y hoy, en el siglo XXI, un valor fundamental es el reconocimiento y el respeto de la diversidad por sobre la homogeneidad y las hegemonías. Esto lleva a que la escuela y el sistema educativo deban ser exigentes, en primer lugar, consigo mismos. ¿Qué sentido tiene remarcar las exigencias respecto de los adolescentes y no hacerlo en mucho mayor medida con la escuela misma y con los adultos que con ella estamos involucrados?
Nuestro país, como casi hoy todos los países del mundo, necesita urgentemente generar procesos profundos de inclusión social y de participación activa de los adolescentes y jóvenes, particularmente de los más pobres. La transformación de la Escuela Secundaria es uno de los principales caminos que como sociedad tenemos para hacerlo. En la Escuela Secundaria que soñamos todos los adolescentes deben poder aprender. Pero no solo las “materias”, también las herramientas de construcción del conocimiento y las tecnológicas. Poder aprender a vivir con otros, a respetarse y respetar la diversidad, a construir proyectos de vida positivos para sí y para los demás, a encontrar los caminos para que nuestro mundo no colapse por la contaminación y las injusticias sociales.
Como me gusta señalar, fueron alumnos exitosos en las universidades más exigentes del mundo los que generaron el colapso financiero y la estafa más grande de los últimos 50 años dejando a millones de personas sin trabajo, aumentando el hambre en el mundo hasta llegar a los 1.000 millones de hambrientos y echando a la calle a miles de familias.
Estemos precavidos ante ciertos “éxitos” educativos que nos quieren vender algunos sectores. Los maestros que recordamos con mayor admiración y gratitud, no sólo fueron buenos respecto de su calidad académica. Sobre todo fueron buenas personas, honestas y comprometidas con la vida.
Quiero una escuela que cuando le habla a nuestros adolescentes y jóvenes de “triunfar en la vida” no se refiera a logros individuales a costa del sufrimiento de todos. Que no les enseñe “exigentemente” que prioricen el beneficio individual y desconozcan los desafíos del mundo en el que viven. Que les deje muy claro que más vale perder algo o mucho de lo propio antes de traicionar a sus hermanos y a su pueblo.
Eso es lo que yo quiero para todos nuestros adolescentes y jóvenes. Así es la escuela que yo elijo para mis hijos. Y respecto de esta escuela, confieso que sí, yo quiero ser muy exigente.
Prof. Alberto César Croce
Fundación SES
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