La siguiente nota fue publicada en "El Espectador" (Colombia) por la periodista Catalina Ruiz Navarro, participante del Campamento de Jóvenes Activistas Sociales (Jas 10)
Durante la última semana he estado en Uruguay y participé del Campamento Latinoamericano de Jóvenes Activistas Sociales (JAS 10), en Colonia, a orillas de Río de la Plata.
JAS 10 se funda en que en la convicción de que los jóvenes latinoamericanos tienen desafíos importantes como construir una América Latina más integrada, cuidar la vida, respetar la diversidad cultural, erradicar la violencia, fortalecer la ciudadanía, lograr un desarrollo sostenible, incluir a todos y construir la paz.
Debo decir que lo que esperaba antes de venir era una manada de mamertos con migas de comida en la barba, hippies comeflores y socialbacanes fanáticos de Diego Torres. Estaba muy equivocada. He encontrado jóvenes comprometidos con el trabajo por sus países y con proyectos inteligentes e ingeniosos, convencidos de que es mejor trabajar, poquito a poquito, para tener un mejor país, antes que sentarse a ver a las injusticias pasar frente a su puerta. No por esto son locos idealistas, todos, desde su campo, se han esforzado por trabajar en un problema específico de su país, de manera seria y coherente, sin necesidad de caer en los clichés antes mencionados. En las próximas semanas estaré mostrando varios de estos proyectos en el blog que llevo en este periódico para darles visibilidad en Colombia.
Suramérica y el Caribe son regiones con una profunda y enquistada historia de violencia, con países que le han pedido a sus gobiernos “mano dura” para acabar con esa tradición de sangre. Esta mano dura es violenta por definición, y su rigidez y puño alzado ha generado más violencia, y presidentes ambiciosos que buscan perpetuarse en el poder, a costa de consumir a sus países, como vampiros políticos obsesionados con la inmortalidad. Esta región tiene pueblos llenos de pobreza, ignorancia, y corrupción, que en un momento dado han justificado los crímenes de estado como “necesarios” como si ese adjetivo pudiera usarse justificar la muerte de alguien.
Me sorprendió que a pesar de estas historias similares, conocemos poco de lo que pasa en los otros países, nos hemos quedado ensimismados en nuestros propios problemas sin mirar a los vecinos que están pasando por dificultades parecidas. Aquí pocos sabían de la caída del referendo, de los Falsos Positivos, o de las dinámicas de guerra de los tres flancos (ejército, paramilitares y guerrilla) que se han dedicado a perpetuar la Patria Boba colombiana. Nosotros tampoco sabemos mucho de los otros países, el común de los colombianos no está enterado de los detalles del reciente golpe de Honduras, o es consciente de cuánto sigue sufriendo la Argentina por noches como la de los Lápices.
En el campamento se desarrolló una dinámica en la que se nos mostró una cuerda amarrada entre dos postes a una altura de casi dos metros. Se nos dijo, entonces, que dicha cuerda era una pared, y el ejercicio consistía en atravesarla en conjunto, sin pasar por debajo o alrededor y sin dejar a nadie atrás. El ejercicio evidenció varias cosas, la primera que para el primero era más difícil pasar y para el último, casi imposible. La segunda, que muchos opinaban de lejos pero no participaban. También se vio como, en grupo, nos lanzamos a magullarnos para atravesar dicha cuerda, orientando nuestros esfuerzos al ensayo y error, descartando la reflexión previa. Casi todos le creímos al tallerista que dicha pared existía, aunque nuestra comprobación empírica contradecía su máxima, y nos quedamos ahí, esforzándonos ridículamente por pasar, sin éxito.
Esto fue una clarísima alegoría de cómo las potencias mundiales nos han impuesto unas barreras aparentemente infranqueables, pero que en realidad residen en nuestra aceptación de un discurso externo, y de cómo salimos corriendo a darnos en la cabeza con dichas barreras, sin cuestionarlas antes, cuando lo más probable es que no existan, y de cómo no observamos nuestros problemas global y racionalmente para resolverlos, como si pensar no fuera la acción más contundente y propia de los seres humanos.
El activismo social comienza con eso, con pensar, leer e informarse, y trabajar en conjunto por un bien común. Encuentros como este enfatizan en esto y promueven la comunicación y la unión de una Latinoamérica diversa y pluricultural debe entender que el problema de un país es el problema de todos, y que nuestra verdadera barrera es la ignorancia.
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