En la isla había varias "casas de esclavos", que eran como reductos de distintas compañías en donde alojaban a los que los "mayoristas" compraban en el continente.
De Gorée no se salía libre. Las casas tenían una "puerta de la que no se vuelve", era la puerta que daba al buque que llevaba al otro lado del océano. Verdaderas "latas de sardinas" en donde eran alojados de por cientos, uno al lado del otro, para aprovechar al máximo la travesía.
En las casa había habitaciones pequeñas en donde se amontonaban los varones, las mujeres, los niños... También habitaciones de "engorde", si los esclavos varones no llegaban a los 60 kg. Allí se les obligaba a comer habas hasta llegar al peso para ser comprados...
Bueno, había una excepción para poder salir libres. Las chicas "vírgenes", si quedaban embarazadas de los europeos, se las mandaban al continente (africano) como "señoras"... Muchas veían en esta oportunidad el único posible camino para "salvarse" del viaje.
Las familias, obviamente, eran separadas según conviniera: La mamá podía ir a los EEUU, el papá a Brasil, un hijo a Haití y otra hija a Uruguay (¡Quién sabe?!). Y nunca más sabrían el uno del otro.
Qué duro es todo esto. Ya lo viví un poco cuando estuve por Ghana... Ahora, nuevamente en Senegal. El Foro Social Mundial estará surcado por esta realidad que, del todo no ha terminado. ¿O no están hoy llenas de jóvenes senegaleses varias calles de Buenos Aires? Nos venden relojes, aros, collares... que puedo encontrar casi iguales aquí.
Leyty nos dijo que para ellos podía habe
r perdón pero nunca olvido. Hay un clima de "nunca más" que está presente entre los jóvenes africanos. A su manera... Que quiero ir entendiendo un poco más.En fin... en la casa de esclavos reconstruida sentí un apretón fuerte en la garganta. No estaba allí como turista. Estaba en "peregrinación", estaba en "comunión" con lo africano que tenemos todos nosotros. Mirar el mar por la puerta que salía de la casa me generó una sensación parecida y distinta a la que sentí cuando me paré en el puerto de Recco, en Italia, allí desde donde salieron mis otros abuelos para la Argentina huyendo y soñando, sin saber a dónde iban. Sin grillos ni oprobios, pero también en busca de un destino incierto escapando de la miseria.
Caminamos con Beatriz, mi amiga colombiana, por esta isla. Llena hoy de artesanos, músicos, turistas e historia. Hasta que llegó la hora de subirnos nuevamente al ferry que nos devolvería al continente. El sol comenzaba a caer y yo sentía que todavía era fuerte esta experiencia, que fue como el chayar a la Pachamama pidiendo permiso para hacer este Foro Mundial Africano.
Mañana comenzaremos con la marcha de los pueblos. O mejor, trataremos de unir nuestra marcha a la marcha de todos los pueblos que luchan, viven y mueren por construir Otro Mundo Posible, otro Sistema necesario, otra Esperanza que se vaya haciendo realidad.
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